domingo, 25 de noviembre de 2012

Las regionales: recuperación o parálisis de la unidad opositora. Artículo de Manuel Malaver @MMalaverM

Dicen que las crisis, y aun las derrotas, pueden ser oportunidades para futuras victorias y las elecciones regionales del 16-D no tienen porque ser necesariamente diferentes para la oposición venezolana. Manuel Malaver

En Twitter: @MMalaverM

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Imponerse viniendo de abajo, o cómo reacción a un acoso irracional o desproporcionado fueron posibilidades que dejaron muy claras teóricos de la guerra como Sun-Tzu, Maquiavelo y Clausewitz, quienes aconsejaban a los ganadores no perder la cabeza una vez que el enemigo abandonaba el campo y huía en derrota.

No es, por supuesto, la situación de la oposición venezolana de cara a las elecciones del 16-D, pues si bien se resiente de un sonado descalabro en las presidenciales del 7-0, conserva su estado mayor intacto y los recursos humanos suficientes para no perder la mayoría de las gobernaciones que ganó el 23 de noviembre del 2008.

Perspectiva configurada por la descentralización política y administrativa que determina el origen y funcionamiento del estado venezolano, obligado por ley, no solo a que los gobernadores sean electos popularmente, sino también a que el ejercicio de sus mandos transcurra con relativa independencia y soltura.

No lo pudieron pensar ni desear mejor los líderes del federalismo venezolano del siglo XIX, hombres como Zamora, Falcón y los Guzmán padre e hijo, quienes pensaban que una nación lo más descentralizada posible era garantía de democracia, libertad, eficiencia, igualdad y bienestar.

Y dejaron tan bien establecido este paradigma en el inconsciente colectivo nacional que, aun con todos los ataques y acechanzas del centralismo marxista que llegó en los 90 con la idea de liquidarlo, la descentralización regresada a mediados de la década anterior crea una estructura gubernamental paralela, casi imperceptible para las élites y el hombre de la calle, los cuales continúan introyectando al jefe del poder ejecutivo, o presidente, como un emperador o supercaudillo que puede embolsillarse los poderes de los gobernadores y alcaldes.

No es lo que hemos vivido en los últimos 14 años por lo menos, donde jefes de estado regionales de la talla de Manuel Rosales, Pablo Pérez, César Pérez Vivas, Henry Falcón, Henrique Salas Feo, Henrique Capriles, Antonio Ledezma y Morel Rodríguez son los responsables de que no haya colapsado la democracia de manera definitiva en Venezuela, y quienes, más allá de la suerte que les deparen los resultados de las elecciones del 16-D, continuarán siendo puntales para que su luz no se apague en sus estados o regiones.

Aguerridos unos, moderados otros, restringidos todos a extremos inconstitucionales por la voracidad centralizadora del neototalitarismo chavista, no han cejado, sin embargo, en sostener la bandera de la libertad y la democracia y enarbolarla como una insignia de la independencia y la unión nacionales.

Es por eso que puede sostenerse que en las elecciones presidenciales del 7-0 el chavismo se propuso, tanto la derrota del candidato presidencial opositor, Henrique Capriles Radonski, como arreglar cuentas de una vez por todas con la descentralización y sus gobiernos paralelos, acercando lo más posible las dos fechas comiciales y haciendo que los resultados de una, incidieran fatalmente en las otras.

Enroque que es imposible que el chavismo diseñara si no se había procurado todas las herramientas para ganar como fuera (violencia incluida) y pasara de una vez al dominio absoluto de la estructura gubernamental.

Al establecimiento de la dictadura neototalitaria, en fin, que no admite cohabitación con ningún otro poder, a menos que sea ficticio y se preste para el reforzamiento de su estructura y líneas de mandos.

El problema es que, como también sostienen teóricos de la guerra como Sun Tzu, Maquiavelo y Clausewitz, no es posible empeñarse en una guerra o batalla para salir intactos, aunque se gane, y que, por más impolutos que luzcan los estandartes o pendones de los triunfadores, algunas fisuras, desgarramientos y roturas pueden producirse para permear la moral, la disciplina y la eficacia que augurarían el éxito en nuevas campañas.

Sobre todo si hablamos de batallas o guerras políticas, donde la unidad, la obediencia y la lealtad son más difíciles de lograr y cualquier sospecha, o la más mínima discrepancia sobre el botín, o las ventajas a conquistar fomentan enfrentamientos a escalas minúsculas pero corrosivas.

Unos electorados chavistas descontentos con los candidatos a gobernadores que les han asignado desde el centro, o la permanencia de otros que clamaban para que les fueran renovados, así como el torpe desempeño de comandos electorales donde el clientelismo es ocasión para corruptela de todo géneros, pueden ser prueba de ello y ocasión para que los procónsules chavistas sean desalojados de estados o regiones que se les dieron como premios.

Pero está también el tema de Chávez, literalmente fuera de combate, sin comprometerse siquiera con las mínimas y fugaces apariciones que tuvo durante la campaña electoral del 7-O y día a día dando lugar a rumores que hablan de que puede estar en muy grave estado de salud, o quizá muerto.

En cuanto a las opciones de los gobernadores de la oposición, sería una inocentada, o más bien, un suicidio, no acusar las lecciones de la derrota en las presidenciales del 7-O, dirigiéndose a corregir, no solo los imprevistos, sino los previstos por donde pudo producirse.

A este efecto, nada más importante que reducir los índices de abstención, ya de por sí elevados en elecciones donde no está en juego el poder ejecutivo nacional, pero que, dadas las dramáticas perspectivas de la situación política venezolana, deben ser reducidos al mínimo.

De igual manera, el tema de los testigos y los representantes de mesa no deben ser más dejados al azar, y proveerse de auténticos ejércitos de activistas y militantes que puedan realizar óptimamente su trabajo: contar y validar los votos.

Pero sobre todo, es en el liderazgo de los gobernadores sobre sus maquinarias y sus electores donde está la clave del éxito de la democracia en las regionales del 16-D, pues si no contamos con auténticos líderes que hagan valer su arraigo entre hombres y mujeres que han convivido políticamente con ellos por cuatro o más años, es difícil que puedan pasar la prueba.

Sería injusto, sin embargo, poner todo el peso de la preservación y vigor de la democracia solo en los estados y regiones donde los gobernadores gastan uno o dos períodos en el ejercicio de sus cargos, y no en los que se postulan por primera vez, seleccionados en elecciones primarias y, según lo que hemos percibido en el desarrollo de la campaña, absolutamente capaces de salir triunfantes en sus propósitos.

Es, como ya lo hemos señalado en otras ocasiones, la lucha entre lo nuevo y lo viejo, el futuro y el pasado, el fracaso de un experimento político-social rechazado por casi 2000 millones de personas que fueron víctimas de sus estafas y engaños y el éxito de las sociedades y países para los cuales el progreso y bienestar se llaman libertad y democracia.

El espectáculo de una Venezuela derruida por los anacronismos, el voluntarismo y la corrupción no puede ser más aterrador, por más que el chavismo quiera soslayarlo con un despilfarro clientelar donde la compra compulsiva de votos a través de ofrecerle ventajas clientelares a los electores, no tiene precedentes ni en este, ni en ningún otro país.

Es la ley de oferta y demanda de la economía de mercado capitalista llevada sin medida a la bolsa de las cotizaciones electorales, y …¡cuando le pudo pasar por la mente al viejo Carlos Marx!… para instaurar el socialismo.

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